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Diego Ferreira: “Al flamenco le agradezco lo que soy”
Este uruguayo de 27 años, que se luce en el tablado Cantares, descubrió el baile flamenco casi de casualidad.
19.03.2012 | Por Laura Falcoff lfalcoff@clarin.com
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Diego Ferreira
En el difícil arte del baile flamenco, el estudio esforzado y sin respiro es una condición fundamental, ya sea en una academia o en una familia de tradición flamenca. “No puede hacerse livianamente”, dice el joven bailaor Diego Ferreira (27), que comenzó el camino de la danza tempranamente, aunque casi por casualidad, en su Montevideo natal. Ocho años atrás se instaló en Buenos Aires y muy pronto reveló un talento muy fuera de lo común. Bailaor asiduo en tablados porteños, es también muy requerido por artistas locales: entre otros compromisos, fue invitado a participar en tres espectáculos diferentes de la II Bienal de Flamenco de Buenos Aires, en octubre de 2011.
Repasa sus inicios: “Iba a los festivales de la academia donde estudiaba mi hermana -una escuela de danzas gallegas, flamenco y clásico español- y lo que veía me provocaba mucha curiosidad. Por otra parte, practicaba fútbol aunque sin método: pateaba la pelota, intentaba hacer un gol, pero o no conocía las reglas o no me las enseñaban. Un día jugué mi primer partido en serio; me indicaron “sos delantero y tu lugar es aquí”. Creí que eso significaba quedarse quieto y patear la pelota si pasaba cerca. Mis padres me vieron inmóvil todo el partido y comprendieron que el fútbol no era para mí”.
¿Cómo comenzaste con el baile? Nunca pensé en bailar, sólo me intrigaba; un día acompañé a mi madre a la clase de mi hermana, tranquilo porque estaba con mi mamá. Pero ella se fue y la profesora me dijo que participara; al rato estaba probando pasos de una danza gallega. Tenía seis años. Poco después me inicié en el flamenco; el primer baile lo hice con Silvana Perdomo, mi compañera de vida.
¿La danza te gustó pronto? No sé, era muy tímido y creo que el baile fue un refugio para mí. Pero se lo ocultaba a mis amigos; sentía que era una vergüenza que un varón estudiara danzas.
Y tu papá, ¿qué decía? Mi padre no comprendía que me gustara la danza y lo entiendo. En la secundaria me llamaba “mi hijo el contador” porque era la profesión que yo pensaba estudiar. Cuando decidí venir a Buenos Aires a continuar con el flamenco mi padre vio que era algo real; no me cuestionó ni me estimuló -mi madre, sí-. Y luego, cuando él empezó a venir a Buenos Aires a verme bailar, lo felicitaban por mí. Hoy soy “mi hijo el bailarín”.
¿Qué te decidió a venir a Buenos Aires? No recibí una enseñanza limitada, al contrario. Mi profesora Adriana Puoy, a la que tanto le agradezco, siempre se esforzó por enseñarnos y prepararnos bien. Pero así como a los 18 años me fui a vivir solo, también creí que sería bueno alejarme un poco de mi familia artística. Buenos Aires estaba cerca y tenía un muy buen flamenco. Uruguay es un país de excelentes músicos, pero no tiene un nivel parecido de música flamenca.
¿Tenías contactos de trabajo? Había conocido al guitarrista Héctor Romero en Montevideo, me vio bailar y me propuso sumarme a su espectáculo. Tenía así todo para venirme: la casa de un amigo y un lugar para bailar. Me dije: “si no aprovecho esta oportunidad, mejor me dedico a otra cosa”.
¿Cómo se fue desarrollando tu vida profesional? En principio, vine para estudiar; necesitaba aprender los conceptos del baile de hombre, porque mi formación provenía de una mujer. Pero enseguida tuve esa fecha en el tablado Cantares, ¡con guitarristas y cantaores en vivo sobre el escenario! Recuerdo que volví a casa y no dormí en toda la noche. Cantares me dio cada vez más lugar y después comencé en otros tablados. Al tiempo se abrió la escuela de Cantares y fui alumno y, más tarde, profesor. Pero muy al principio necesitaba dinero para vivir, así que me puse de lavaplatos en el mismo tablado haciendo un reemplazo. Sufría escuchando la música desde la cocina, pero salí de allí con más garra.
¿Y tus proyectos futuros? Vine a la Argentina por un año y van ocho, con muchos sueños cumplidos. Este fin de año quiero ir a España y seguir estudiando. Después volver, no sé si a Buenos Aires o a Montevideo.
¿Qué bailaores admirás? Muchos; algunos llevan la herencia de una escuela sobre sus espaldas, como El Farruquito o Antonio Gades, que fue tan influyente. Pero también me gustan los bailaores que sin el físico esperable buscan hacer con su baile algo personal; es lo que querría hacer yo. Aún no sé bien qué es el flamenco, pero tengo que agradecerle lo que soy.
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